sábado, 7 de julio de 2012

American Idiot


Si antes hablamos de “Hoy tengo mal día”, pues eso. Hoy tengo mal día. Lo que pasa es que no me he quedado en silencio. Le he dado un poco de caña al cerebro para que no se me convierta en Santo Domingo de Silos (el convento) y me ponga a cantar maitines. Me he puesto el dvd de LIVE 8, el famoso concierto del hambre de julio de 2005. No voy a hablar de los artistas solidarios, que hay unos cuantos, y no son precisamente los que más aparecen en los medios. No voy a hablar de lo poco que me gustan estos festivales por su calidad musical. Para mi gusto, son un grandes éxitos de las peores canciones, salvo honrosas excepciones claro está. No voy a hablar de cómo se reparte la pasta de estos montajes, ni de cuánto llega a los que realmente tienen hambre. He ido haciendo zapping y saltando temas como en una competición de 110 metros vallas. Hasta que he dado con Green Day, un grupo punk americano. No voy a entrar en más etiquetas, que las carga el diablo. American idiot se puede comparar también con la realidad de lo que nos pasa ahora en Europa. Somos una sociedad manipulada por los medios.

Aunque no los sigo, Green Day te ponen las pilas con esta canción. A su guitarrista parece que le dan cuerda. Qué energía. Qué envidia. Me han dado ganas de salir a la terraza y ponerme a corear lo de “EEEOOO!!!”. Hoy no era el mejor día. Pero han sido una buena terapia. Luego había que ir al médico a por medicinas, una oportunidad para salir de casa un rato, dar una vuelta en el coche y tomar el aire.



A la vuelta he llegado reventado. Sin fuerzas para escribir. Ahora, ni Green Day me pone en acción. El MONO me causa mucho cansancio. Así que, es buen momento para escuchar al cuerpo y descansar. Buenas noches.




viernes, 6 de julio de 2012

How Many Friends


El reposo te deja mucho tiempo para ti. Sabes que esos periodos son sólo tuyos y debes ocuparlos. Hay lectura, música y actividades manuales sencillas. Pero muchas veces tu ánimo no te da la fuerza suficiente para concentrarte en nada. Aunque tengas la moral subida y más alta que el Everest, hay momentos en los que dices: Hoy tengo mal día. En casa siempre hay música puesta, pero esos días necesitas átomos de quietud. Todo calla como en un convento y se convierte en “El Gran Silencio”, ¡La película!
Le das muchas vueltas a las cosas en ese viaje de la cama al sofá. Hablas contigo mismo como en una conversación de ascensor. Todo cosas evidentes. “Vaya día que hace hoy, es verano y así no hay dios que vaya a la playa”. “En Sevilla se mueren de caló y aquí..., está gris y ha llovido”. Al cabo de un segundo sólo te falta decir: “Déle al sexto, por favor”. Y piensas, “Qué gilipollez, si no puedo salir de casa y vivo en un cuarto piso”. “Este antibiótico es muy fuerte, o qué”. En ese momento de confusión necesitas a la gente. Los amigos te llenan de aventuras del espacio exterior, te cuentan las batallas cotidianas y se callan cuando tú les cuentas cómo estás. Lo que pasa es que tus amigos no están cuando más les necesitas. Incluso algunos no van a estar nunca.
Tener una enfermedad grave corta a la gente. Las cervezas y las risas de hace unos meses se convierten en: “Ostras, Luis tiene un linfoma, ¿qué le digo? ¿Y si le voy a visitar le llevo una botella de ron o un libro de auto-ayuda?”. Hay una parte de mi gente que sabe cómo estoy y no ha llamado, no les culpo. Antes de que me pasara esto, a mí me ocurría algo parecido. Iba de visita y me quedaba cortado, sin nada que decir. La visita se pasaba midiendo las palabras y meditando el tono de voz, de lo más estéril. Me sentía ridículo. Lo que necesitamos es que nuestra gente se interese por nosotros y nos hable como las personas que seguimos siendo. La enfermedad nos la han puesto porque teníamos algo que aprender, nosotros y los que tenemos alrededor. A ver si te crees que la dolencia únicamente la sufro yo.
No hay nadie que me levantara la moral mejor que The Who, además de llenarme la cabeza de rock, me llegaban con sus textos. Algunos se referían a chavales con problemas. ¿Problemas? La adolescencia estaba llena de problemas. Problemas en clase, problemas con las chicas, problemas en casa. Vamos, lo normal para la edad. Y, menos mal que yo no tenía hermanos, que si no, guerra mundial.
The Who eran cuatro tipos muy peculiares y muy diferenciados entre sí. Pete Townshend era el guitarrista y principal compositor, un lápiz atado a una nariz como él se definía. Vive y está sordo como una tapia. Famoso por destrozar guitarras y amplificadores en los inicios del grupo. Roger Daltrey a la voz todavía quiere seguir llevando el espíritu del grupo a los escenarios. John Entwistle “Dedos de trueno” como le solían llamar al bajo, componía estupendos temas de humor negro y falleció hace unos años. Por último, Keith Moon era un batería loco que se zambullía en las piscinas, pero con unos bañadores de la marca Rolls Royce de cuatro ruedas y un volante. Keith nos dejó a final de los años 70 a causa de sus excesos con las drogas y el alcohol.  Fueron el grupo Mod por excelencia. Con esa filosofía basada en la moda, en la música negra de los años 60 y en la rebeldía, fueron escalando puestos en el corazón de la gente. El rollo mod se puede comprender bien viendo la película Quadrophenia de 1979, basada en el disco homónimo del grupo. 





Cuando empecé a escucharles ya no eran mods, hacía muchos años que ya no lo eran. Tenía sus canciones en cassettes producto de intercambio con ciertos personajes del colegio. El primer disco que pude comprar de ellos era el Who By Numbers. Aunque la crítica no lo trató bien, a mi me parecía un buen trabajo. La portada era una caricatura del grupo que se descubría si unías con un lápiz los puntos numerados, al estilo de los pasatiempos de los periódicos. Yo lo hice y me cargué la portada. El álbum contiene una joya que hoy centra perfectamente el tema que estamos compartiendo. Los amigos y nosotros. La canción se titula “Cuántos amigos”. Quería hablar sobre esto porque el domingo me llamó Josu y estuvimos hablando de lo ausentes que están muchos amigos cuando tienes algo gordo en la salud. La canción pregunta sobre cuántos amigos tengo de verdad, y que se pueden contar con los dedos de una mano. Cuántos amigos tengo que me quieren, que me necesitan y que me toman tal como yo soy de verdad. Todo un mensaje que me viene bien para ilustrar mi estado de ánimo de hoy.
Estos días no hay mayor alegría que la comunicación. Que suene el teléfono y alguien pronuncie tu nombre, que te escuche y te transmita esa energía para seguir luchando. Esta lucha no se pelea solo, la batalla se libra junto con un montón de gente. Como la que por las tardes hace que suene la alarma del iPad sacándote de la abstracción que representa escribir esto que lees. Esos chats llenos de guitarras que tengo con Rafa, cómo me alivian. De esas charlas con Joxemari, con Txuma y de mensajes tan maravillosos como el de Guillermo de hoy. Esas toneladas de energía que recibo estos días de Carlos, de Gean, de Birdy, de Marta, de Barbara, de Manoel, de Luis G, de Edu, de Alazne, de Kasta, de Josu y de muchos más que ya iré relacionando. Tengo que mencionar a Iván y a Juan, mis asturianos favoritos, desperdigados por América con los que me he reencontrado gracias a la red. Estos días, mi familia digital va aumentando y me da tanta fuerza como mi familia “analógica”. Gracias a este apoyo escribo y describo lo que me está pasando. Me emociona recordar estos días de sentimientos tan intensos que quedarán meciéndose en este ciberespacio como un mensaje en una botella.
Ahora, The Who son archiconocidos por las sintonías de las franquicias de C.S.I., la teleserie. Cuando los escuchaba de adolescente, siempre estaba en guardia por si venían a tocar cerca. Tenía tantas ganas de verlos que hubiera ido a cualquier parte. Pasaron muchos años y no perdí la esperanza. Hace cinco años les vimos en el BEC de Barakaldo. 30 años después. Ya sólo quedaban Townshend y Daltrey, pero seguían siendo The Who y alguna vez me creí el protagonista de muchas de sus canciones. Disfruté como un chaval. Cuando conozco a alguien a través de la red siempre pienso en esta historia: que no importa el tiempo que pase, si la amistad es fuerte, al final nos encontraremos en algún punto del camino. Ahora ya sin interrogaciones: Cuántos amigos tengo que me quieren, que me necesitan y que me toman tal como yo soy de verdad.

The Who Live at BEC- Barakaldo 19.05.07


Grabación del concierto en CD y DVD



How many friends have I really got?
You can count 'em on one hand
How many friends have I really got?
How many friends have I really got?
That love me, that want me, that'll take me as I am?
The Who - How Many Friends



jueves, 5 de julio de 2012

Going Home


Hay canciones que hablan de la vuelta a casa. Cada artista con una larga carrera tiene escrita una por lo menos. En diferentes estilos, desde el rock más “echao palante” hasta el jazz más loco; desde el country más ortodoxo hasta la música contemporánea; desde Neil Young hasta Muddy Waters. Todos queremos volver a casa y lo cantamos a pleno pulmón. Los que hemos vivido a temporadas fuera de nuestro hogar guardábamos como un tesoro los billetes que nos iban a hacer regresar a nuestro pequeño territorio. 
Hay tantas canciones que nos hablan de regresos y nostalgias..., que al final nos dejan el alma molida. Prefiero los instrumentales, son más abiertos y siempre dejan la opción de no mirar el título y decidir que se titulan “Qué bien me siento hoy”. Lo que suele pasar es que están construidos con acordes menores y eso marca la diferencia, cargándolas de melancolía. Para decir que te sientes mejor que James Brown ponte el Johnny B. Goode de Chuck Berry en la versión de Jimi Hendrix. Botarás hasta con el goteo puesto.
Carlos Santana es mundialmente conocido por sus temas instrumentales desde que sacó “Jingo” en su primer disco. El sonido de su guitarra es reconocible al instante. Ese sonido redondo y grueso. Esas notas eternas colgadas de sus dedos, el sustain infinito. Nos maravillaba la sencillez de sus solos, casi se podían silbar sin ponerte morado. Le tengo cariño, aunque no haya vuelto a escucharlo con atención desde hace más de 30 años. Cariño, se puede llamar así. Cuando subí la primera vez en mi vida a aquel escenario de colegio con un bajo que era más grande que yo, el primer tema que tocamos fue “Oye cómo va”. Un famoso tema de Tito Puente que todo el mundo ha escuchado alguna vez.
Por aquella época, el guitarrista sacó un álbum del que no se extrajeron singles. Se llamaba Welcome, Bienvenido. Con una portada blanca con el título en letras doradas, lo compró uno de mis amigos. El disco estaba lleno de misticismo, aunque conservaba los rasgos de percusión latina de los discos anteriores. Para saborearlo bien, había que escucharlo unas cuantas veces. Fue el primer disco que no me entró a la primera. Me lo llevé grabado en una cassette para escucharlo tranquilamente en casa. Eran los tiempos en que entre la compra de un disco nuevo y el siguiente pasaban unas cuantas semanas. Tiempo suficiente para aprenderte el disco de cabo a rabo, los títulos de las canciones, los compositores, los músicos y hasta la leyenda de “Impuesto de lujo a metálico”. Esto ya no me ocurre ahora, en algunos casos no soy capaz de aprenderme ni el título del disco.
Aquel Welcome comenzaba con el tema “Going Home”, “Yendo a casa”. Un tema lleno de introspección basado en la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvořák y arreglado por Alice Coltrane. Es un instrumental dominado por el sintetizador de Tom Coster que deja abierto el camino para que cada cual se imagine volviendo a casa a su manera. Por la mañana, estuve pensando en cual sería la banda sonora que le iría mejor a este trozo de mi vida y recordé éste entre un montón de alternativas. Durante estas semanas la música que hay en mi cabeza es resplandeciente, contrastando con los acordes disminuidos y oscuros que poblaban mis pentagramas hace unos meses. Un nuevo mundo se acerca, casi puedo tocar sus costas. Un nuevo mundo sano y lleno de luz.
Ayer me dieron el alta para seguir tratamiento en casa. Cuando marchas del hospital te llevas un recuerdo de la gente que se queda en las habitaciones. Mucha gente está sola. Nadie les visita. Se quedan en esa vía muerta a la que conduce la soledad. Están deseando que llegue la hora de la medicación para poder escuchar la voz de la enfermera, la voz de la limpiadora a las 11 de la mañana, la de quien le hace la cama un poco antes. Escuchar la voz que te desea buen provecho a las 8, a las 13 y a las 20 horas. Y, cuando la tarde se hace eterna si no hay nadie contigo, alguien vestido de azul claro vuelve a preguntarte cómo estás. Por no hablar de los médicos que, aunque sólo te visiten durante 5 minutos, sabes de sus reuniones para revisar tu estado y controlar las modificaciones que se suceden en tu organismo. Ellos organizan tu tratamiento para ponerle nombre y apellidos a las chinitas que llevas en los zapatos de tu salud. Todavía hay más gente. Algunos ves y a otros no, pero su trabajo es imprescindible y dan soporte a los que acabo de mencionar. La labor de toda esta gente es más importante que la de un ministro con un Jaguar en el garaje. No te das cuenta, pero para que tú estés bien hay mucha gente implicada.
Siempre que pensamos en el éxito pensamos en Rafa Nadal, Messi, Lady Gaga o Bill Gates. Pero nadie piensa en el éxito que supone que un día un paciente que ha tenido una enfermedad grave sale de una revisión con el sello: ESTÁS CURADO. Toda esta cadena de gente está implicada en un éxito mayor que el que puedan conseguir todas las selecciones de fútbol juntas ganando un mundial y todas las estrellas del firmamento artístico ganando oscars y grammys. Debiéramos salir a la calle a celebrarlo. Porque cuando eres una puesta de sol y alguien te convierte en un amanecer soleado, el éxito no sólo está en el equipo médico. También está en esa persona que viene a quitarte la vía y te dice: “Qué bonito día has elegido para que te den de alta”. Y saca esa sonrisa de oreja a oreja sobre su uniforme azul. Esto también cura.
Cuánta gente trabaja en un hospital para que estemos bien. Un enjambre de personas que te hace la vida un poco más justa cuando la injusticia de la enfermedad asoma a tu puerta. Trabajan por un sueldo, pero quienes trabajan en la sanidad pública tienen ese plus especial de humanidad que otros no hemos recibido. Si quitáramos a cualquiera de esa cadena, todo se desmoronaría. Eso es lo que quieren conseguir nuestros mayores enemigos: aquellos a los que les votamos en el único día de democracia que tenemos cada cuatro años. Ellos no ven nuestra realidad. No les interesa. Los que tienen el poder de decisión sobre la sanidad pública van a clínicas privadas de cinco estrellas. Hablan todo el tiempo de dinero y nunca de personas. Las personas les importamos un huevo. Y mucho menos las personas que tenemos una enfermedad y gastamos esos dineros que tanto les duelen y que nosotros hemos aportado por adelantado.
Cuando acabe mis tratamientos y todo salga bien, también haré un tema que se titule “Yendo a casa”. En él hablaré de ese camino hacia la salud para el que ya he sacado los pasajes.


lunes, 2 de julio de 2012

Neal, Jack and me


Vivir al día suena muy mal. Parece que lo dejas todo a la improvisación, que no tienes orden. Que no hay OBJETIVO, pero cuando estás en esta situación de enfermedad grave en la que un diagnóstico te cambia la vida, vivir al día es un pasaporte para huir de la locura. No hay planes: no hay ansiedad. Esto podría parecer una aberración dentro de la organización de una empresa, pero yo no soy una empresa. Soy un ser humano. Una persona que tenido que aparcar su gran OBJETIVO, para centrarse en su objetivo inmediato: la reparación. He entrado en el taller y los mecánicos me marcan la pauta. Es difícil abstraerse, es difícil mantener la calma. Siempre pensamos en qué es lo que va a pasar, en estar sobre-informados, en saber más que el experto. Estamos narcotizados por nuestra obsesión de conocimiento inútil. ¿Para qué me tengo que aprender cómo se llama algo de lo que me voy a olvidar en cuanto salga por la puerta de la consulta? Lo llevo en un papel apuntado. ¿Para qué necesito abalanzarme sobre Google y teclear esos nombres imposibles? Voy a encontrarme con más palabras en clave que no voy a saber descifrar. Más ansiedad, más nervios, más Tranxilium, más Lexatin y más Trankilene.
Hace un montón de años existía una tienda de discos en Madrid que se llamaba DiscoPlay. Además de discos y cassettes, en el local se vendían camisetas, gorras, pósters y todo lo que tenía que ver con el mundo del merchandising musical. Ya había visitado la tienda en algún viaje familiar. Estaba en la Gran Vía, en un enjambre que se llamaba “Los Sótanos”. Con el tiempo se dedicó a la venta por correspondencia y editaba un catálogo (el BID) que te llegaba al buzón de casa si previamente les habías mandado los datos. Los precios eran buenos. Mis amigos y yo comprábamos regularmente a través del boletín y agrupábamos pedidos para ahorrar los gastos de envío. Entre que enviabas el pedido y te llegaba, pasaban unos 15 días. Qué tiempos.
Esta vez, la caja del pedido contenía uno de los discos que con más ansiedad había estado esperando. El nuevo álbum de King Crimson de 1982. Al abrir la caja de cartón salió Beat. Con su portada minimalista azul claro y su corchea rosa. En esos momentos King Crimson sólo ocupaba un espacio muy pequeño en la estantería de mi discoteca. Sólo tenía un disco en directo que había comprado en Londres, llamado Earthbound. No se había editado aquí. Según la crítica, el peor de su carrera. En cambio, a mí me gustaba mucho. Estaba grabado durante una gira con un cassette enchufado a la mesa de sonido, saliendo al mercado en 1972. Vamos, una inspiración para el movimiento punk que llegaría 4 años más tarde. Desde el momento que asimilé Beat, King Crimson pasó con los años a ocupar más de un metro de estantería en mi discoteca. A la ediciones oficiales, hay que añadir los numerosos discos piratas, los discos de King Crimson Collectors Club (45 referencias), algunas de las ediciones de DGMLive pasadas a CD-R.
King Crimson ha sido mi máxima influencia en música desde que llegó aquella caja de cartón. Creé la lista en internet del grupo en español. La llame Indiscipline como uno de los temas del disco anterior a Beat: Discipline



Beat no tuvo aquella ceremonia de la que hablé en un post anterior. Los vinilos de esa época solían venir en una funda de papel en la que se solía incluir las letras, fotos e información del grupo. Ya no olían como para “colocarte”. Tampoco mis discos salían de casa, y mi equipo de música nuevo acariciaba el vinilo. El disco comenzaba con un tema llamado Neal, Jack and me. Tenía referencias muy claras a la generación beat (de ahí el título del álbum). Neal Cassidy, Jack Kerouac eran los protagonistas del título del track que habla de movimiento; de que soy ruedas moviéndose. De que soy un Studebaker cupé del 52. Las guitarras te van atrapando en un trance como en un gamelán balinés o como si fueras un derviche girador. Una maravilla en tiempos impares.
Esta mañana he estado tarareando la canción. Desconozco el motivo. Puede ser porque  ayer se nos averió el coche y también está en el taller. Además hay que cambiar dos ruedas. Después me ha venido a la cabeza la palabra amortiguador. Parece una cosa tan abstracta, como cuando el sicólogo presenta al paciente un manchón de tinta negro y le pregunta a ver qué le sugiere. Hoy cualquier mancha de tinta me llevaría a decir que es un amortiguador. 
Durante un año estuve adaptando el día a mi realidad. Viajaba sin amortiguadores. Corrí mucho riesgo de lesionarme y no poderme rehabilitar nunca. Veía que, si no hacía nada me podría salir en la siguiente curva. Hace unas semanas le puse los amortiguadores a mi vida. Necesitaba adaptarme positivamente a esos reveses que nos tiene preparada su carretera. Le puse una de mis marcas favoritas que se llama: SE FLEXIBLE. Cuando el cielo está gris, llueve y hace un viento huracanado los árboles centenarios se cascan, caen al suelo derrotados por algo tan ligero como el aire y sus raíces se secan. En cambio, el bambú se dobla y se dobla hasta que el monzón deja de rugir. Es cuestión de disciplina.
Hoy no he empezado el tratamiento de quimioterapia, como había anunciado. De momento, no voy a poder darle leña al MONO. Parece que han puesto nombre a la bacteria que me provoca la fiebre y ahora le tienen que poner los apellidos. Por lo tanto, tengo que seguir con los antibióticos. ¡Vaya Chasco! Y antes de venirme abajo, le he puesto buena cara al médico y le he dicho: “Lo que tu digas”. Él es el que sabe, no yo. Me pongo en sus manos y soy capaz de darle el control de mi situación. Tengo confianza en él. Después de reconocer que tengo una enfermedad, me he adaptado a vivir al día. 
Robert Fripp es el jefe de King Crimson. En sus diarios cuenta que, cuando empezaba no tenía oído musical pero acabó siendo el artífice de una música compleja y bella. Un creador que ha llevado el valor de la música y de su peculiar punto de vista sobre la realidad más allá de los escenarios y de los discos. Lo ha plasmado también en sus cursos de guitarra y conferencias a ejecutivos. Siempre ha rodeado sus proyectos de músicos increíbles y cada proyecto superaba al anterior. Es el héroe de la disciplina. Ahora King Crimson está aparcado, supongo que Fripp tendrá otra prioridades. Todos tenemos otras prioridades. Ahora, mi principal prioridad es reparar mi cuerpo y fortalecer la disciplina para ganar la batalla.



domingo, 1 de julio de 2012

Crossroads


Pako vino a verme esta semana para ayudarme a terminar la declaración del IRPF. Llevo la totalidad de la campaña de la Renta bajo mínimos y ya quedaban pocos días, así que le pedí ayuda. Siempre me la confecciono yo, porque para mi actividad es bastante sencilla. Lo que ganas, lo que gastas, la retención de la SGAE y meter los datos, así de simple. Esta vez ya no podía más, los números se atravesaban, las casillas se convertían en jaulas de grillos y todo me daba vueltas. La fiebre y el agotamiento me impedían hasta ajustar el cursor del ratón. Este hombre llegó y en 5 minutos se acabó mi drama. 
Pako es amigo mío desde que teníamos 13 o 14 años. Nos unieron las guitarras y las circunstancias de la vida. Formamos varios grupos y hemos compartido infinitos escenarios hasta que abandoné el directo en el año 1997. El año pasado vino a mi estudio a grabar los solos de guitarra para el disco de su grupo, que en su día también fue el mío y se llama Mercado Negro. Una banda de blues que ahora cumple 20 años. Supongo que se encontraba más tranquilo en mi casa, como suelo llamar a la sala de grabación. Esto le pasa a mucha gente que está grabando, necesitan tranquilidad y concentración cuando están registrando algo que va a quedar ahí para siempre. No en todos los sitios se consigue ese ambiente, y el músico sufre, y la canción se resiente, y el disco queda sin duende.
Solíamos quedar en su casa para tocar con las guitarras acústicas. Tocábamos temas de Neil Young, de Ozark Mountain Daredevils, de Paul Simon y algo de Gordon Lightfoot. Las guitarras acústicas no daban para más, pero con 14 años no teníamos presupuesto para acceder a eléctricas y tocar cosas más interesantes. Además yo era muy radical, lo que no tuviera caña, solos de guitarra hasta el infinito y baterías poderosas era mortalmente aburrido.
Una tarde fuimos al cine Filarmónica que estaba programando una serie de películas musicales. Recuerdo que durante aquella semana pusieron “Jimi Hendrix Experience”, “Yessongs”, “Pictures at an exhibition” de Emerson, Lake & Palmer, una de los Rolling Stones y “Cream, The Farewell Concert”, la que ibamos a ver. En los 70, no había otra forma de ver films de aquellos. No existían ni You Tube, ni los DVD, ni las cintas de vídeo. Cosas que parece que han existido siempre, no llevan tantos años con nosotros; porque las personas, cuando encontramos una comodidad, nos olvidamos de cómo éramos antes. 
No habíamos visto muchas películas de conciertos, pero nos molestaban esos primerísimos primeros planos de los músicos. Sólo se veía la cara y el micrófono, nunca cómo tocaban el instrumento. “Tío, si está haciendo un solo que te mueres y sólo enfocan la nariz”. Esto ha cambiado mucho, ahora usan un montón de cámaras y diferentes tipos de planos. Tanta variedad que, aunque el grupo sea un peñazo, te crees que los músicos son buenísimos. Échale la culpa a la MTV.
Cream eran Eric Clapton, Jack Bruce y Ginger Baker; vamos, una apisonadora. ¿No querías decibelios, chaval? Toma “jeroma”. Nunca había escuchado la música tan alta. Menudo subidón. A todo el mundo le suena Eric Clapton, pero los otros eran unos músicos endiablados. Cada vez que sentía las líneas de bajo de Bruce me volvía loco. A mitad de la cinta le dije a Pako: “Yo quiero tocar el bajo como ese tío”. Ese era mi OBJETIVO. Estaba sonando Crossroads, mi tema favorito de la banda: una versión estupendamente acelerada del tema de Robert Johnson, aquel bluesman del que cuenta la leyenda que hizo un pacto con el diablo para tocar mejor la guitarra.





Dicho y hecho: en 1977 me marché a Londres a la aventura. Lo primero que hice fue comprarme un bajo, una copia modesta del Gibson EB3 que tocaba Jack Bruce. Lo encontré en una tienda de Ealing Broadway al oeste de Londres. 69 Libras. El objetivo no había hecho más que marcarme un camino. Y por aquí discurriría la vida. 
Es fundamental marcarse un objetivo. Yo funciono así. Soy géminis y me desconcentro con facilidad. Si hago el viaje de Bilbao a Santander antes paso por Cuenca, Málaga y al final termino tomando un fino en Sotogrande, en el Club de Campo. Olé!!!. Así que, tengo que tener un poco de control.
Crossroads significa cruce de caminos, también encrucijada. La vida siempre te da dos opciones: hacerlo bien o hacerlo mal. Siempre te pone en la encrucijada y siempre te toca elegir. En función de hacia dónde des el primer paso tu vida estará llena de abundancia o será estéril. Y el esfuerzo para dar el paso hacia el camino doloroso es el mismo que para darlo al camino de rosas. Y el camino de rosas no es que te toque La Primitiva todos lo jueves; es que quieras hacer lo que estás haciendo, que quieras a tu gente y que te corresponda, que el peso de la vida lo lleves bien repartido en tus bolsillos para que no se te hagan agujeros y llevar una sonrisa puesta.
Un día el MONO me estaba esperando en uno de los cruces. Se estaba haciendo de noche y quería que le vendiera mi alma. Que me pusiera de rodillas y le sirviera. Que le diera de comer para que se hiciera más fuerte. Que le compusiera un blues que dijera: “Qué mal me encuentro, qué mal estoy. Desde hoy me quedaré en un rincón”. Que me quedara con él en ese punto del camino para que le cantara canciones tristes a toda la gente que pasara. Yo le pregunté que cuál iba a ser mi beneficio y no me contestó. El MONO no tiene respuestas, sólo te va agobiando a dudas hasta que te destruye. Ahora estoy a 14 horas de empezar a sacudirle y de continuar mi camino hacia un objetivo temporal: volver a meterlo en la jaula para proseguir la ruta hacia el gran OBJETIVO, que es la vida.
He admirado mucho la forma de tocar de Jack Bruce, nunca lo he visto en directo. El MONO hizo que me perdiera su actuación en la sala BBK hace unos pocos meses. Me alegré del retorno de Cream aquellas 4 noches en el Albert Hall;  Bruce con sus años, pero en plena forma. En todo este tiempo he conocido otras formas de sentir el bajo: Jack Casady, John Entwistle, Tony Levin, Donald “Duck” Dunn, Phil Lesh, Bootsy Collins, James Jamerson Flabba Holt, Bill Laswell, Mick Karn, Ron Carter, Michael Henderson y J.S. Bach. El bajo que compré en Londres fue el primero de los seis bajos que he tenido, de los que sólo conservo 3 en activo. Son joyas porque los 3 tienen pedigree (como los perros): un Fender Jazz Bass del año 70, otro del 72 y un Music Man StingRay original del año 79. Iré hablando de ellos porque cada uno tiene una historia bonita. Y las cosas bonitas son las que merecen la pena recordar. Recuerdo aquella semana en el cine, todas las tardes sesión continua, dos chavales que querían ser como los del otro lado de la pantalla, grandes. Subirse a un escenario, todavía imaginario, y descargar toda la inocencia para convertirse en estrellas. Al final, como todas las historias con final feliz, lo consiguieron en 1982.
Aquel cine sigue existiendo y pertenece a la Sociedad Filarmónica de Bilbao. Después de esa semana no volví a pisarlo. No ha sido porque tuviera una experiencia desafortunada, no. Simplemente porque la música clásica que programan en los teatros me aburre. Porque las programaciones se hacen en función de lo que les gusta a los socios y los abonados. Y eso, es una mierda.
Este post está dedicado a la memoria de Mick Karn. Excelente bajista y clarinetista. Famoso por pertenecer al grupo británico Japan. Murió de cáncer en 4 de enero de 2011

Mick Karn 1958-2011




Soon


Una tarde a la salida del colegio, cuando estaba en sexto de bachillerato, compré mi primer Disco Express. Era un periódico semanal dedicado a la música enrollada y underground. Creo que costaba 15 pesetas de 1974/5, unos 9 céntimos de euro. Una publicación con un lenguaje nuevo y fresco, aunque a veces con opiniones excesivamente subjetivas. Allí salían aquellos artistas con aquellos pelos y aquellas vestimentas que escandalizaban a nuestras madres y que, curiosamente, con el paso de los años un número importante de ellos se convertirían en algo tan establecido y arraigado dentro de la sociedad que ya forman parte de su adn. Eric Clapton, Rolling Stones, Pink Floyd, David Bowie, Bob Marley, Bruce Springsteen, Elton John, Deep Purple..., Si no has escuchado alguna vez la secuencia inicial de “Smoke on the water”, ¿Dónde has estado metido en los últimos 40 años?. Muchos de ellos aparecen en las fiestas de la Reina de Inglaterra o se hacen fotos con el Presidente de los Estados Unidos. Si Obama pudiera resucitar a Sam Cooke lo haría para hacerse una foto con él y para cantar el “Wonderful world”. Humm, esto me ha quedado igual que un trozo de la letra de Respectable de los Stones.
Aquella tarde en clase estaba inquieto. Había decidido que quería tener un periódico de aquellos y que me lo iba a aprender de memoria, mejor que la tabla periódica de elementos. Con ganas de salir para acercarme a la estación del tren en Barakaldo, donde estudiaba. La tarde se hacía eterna. La recompensa llegó al ver la portada del periódico. Dada la experiencia que tengo ahora con las publicaciones, siempre pienso que si la portada me gusta,  lo que viene dentro me va a encantar. Así pasó aquel día: la portada era para YES.





Ya había escuchado a YES con anterioridad, tenía una cassette grabada con un disco llamado Yes Album. Nosotros creíamos que era su primer disco grande, pero era el tercero. Eso era lo que pasaba en este país, te enterabas de muy poquitas cosas de las que pasaban fuera. Y luego estaba la censura, que se cargaba discos, portadas y canciones. Esto de la tijera para otro día. En aquella portada se anunciaba el nuevo disco llamado Relayer. Esa semana me compré el álbum.





Estrenar un vinilo nuevo era como una ceremonia iniciática. Llegabas a casa agitado por la prisa de escuchar y descubrir nuevas músicas. Todo comenzaba cuando sacabas el disco envuelto en plástico de su pack de cartón. Ese momento mágico de oler el vinilo te daba poder sobre él. Eres mío y eres puro. Nunca vas a oler a tabaco. Nunca pondré los dedos sobre ninguna de tus dos caras. No te prestaré, ni derramaré gintonic sobre ti. Era el mantra que tras algún que otro disgusto en guateques y similares marcaron alguna de mis primeras compras. En aquella época no sabíamos que era eso de vinilos de 180 gramos. Las ediciones españolas de los discos enrollados estaban hechas de vinilo reciclado de muy poco gramaje. La leyenda era que solían estar hechos con el material que retiraban de las ediciones de Julio Iglesias y de otros cantantes melódicos.
Cuando Relayer llegó a casa, no sabía si sacar el disco o colgarlo en la pared. La portada de Roger Dean era fantástica en el estricto significado de la palabra. Unos caballeros cabalgan entre castillos imposibles y unas serpientes dan la sensación de que van a salirse de la ilustración. ¡Vaya! el primer tema dura más de 20 minutos y se titula “Las Puertas del Delirio”. Interesante, todo un desafío. “Si esto lo llevo a una fiesta, seguro que me matan”. Cuando la aguja empezó acariciar los surcos, una montaña de sensaciones cayeron sobre mí. Aquello parecía una batalla. Sonidos nuevos y áridos se colaban por mis tímpanos hasta llegar a un clímax tras catorce minutos sin tregua. Después la calma, la ingravidez, la inmaterialidad. Llegaba la parte final, los restos de la batalla: “Soon”, pronto en castellano.
“Pronto la luz pasará dentro y apaciguará la noche sin fin. Y te esperaré. Nuestra razón es estar aquí.
Pronto el tiempo nos moverá a todos para que llegue la calma. Nuestro corazón está abierto. Nuestra razón es estar aquí...”
Es la traducción aproximada del arranque de la letra. Una canción que podía ser el himno de la humanidad me dejó levitando mientras la aguja llegaba al final de los surcos rasgando el vinilo en un bucle sin fin. Quería volver a escucharlo mil veces, pero estaba fundido en el suelo entre los bafles de estéreo.





Cuando las malas noticias llegaron en 2011, mi afán de tenerlo todo controlado empezó a organizar las cosas. Unos momentos de reflexión y un listado de acciones. Nunca pensé que el final estaría tan cerca. Una enfermedad incurable, quimioterapia, linfoma, leucemia, esperanza de vida..., palabras agolpadas en mi cabeza. Los árboles no me dejan ver el bosque y yo no me doy cuenta. El punto más importante era lo que concernía a mi despedida. No soy creyente. Así que, quería una sencilla celebración de homenaje, en la que se leyeran unas palabras que yo escribiría agradeciendo a la vida haberme regalado a los presentes. Que quien se quisiera expresar lo pudiera hacer con total libertad. Y que al final sonara “Soon”.
Cuando estás en ese punto de no retorno sicológico, todo te da igual. No razonas, no te escuchas. Y empieza la verdadera batalla. Te auto-destruyes o generas un ser nuevo. Eso me llevó unos meses. Las primeras acciones fueron negar el tratamiento y huir hacia adelante. Pensar en que los médicos no tienen ni idea, en que tengo una enfermedad rara y que no va a tener cura. Los médicos me están presionando para hacer ensayos conmigo. Si me someto a un tratamiento de quimioterapia las defensas bajarán a cero y estaré hospitalizado de por vida. Pensar y repensar, así todos los días. El número de posibilidades negativas iba creciendo exponencialmente aunque no lo exteriorizara. El infierno se iba extendiendo como un incendio en verano. No podía vivir así. Mi vida creativa y llena de música se estaba convirtiendo en una pesadilla. Hasta que un día me llegó un email de una persona a la que todavía no conozco personalmente. Me dijo que era joven todavía para soportar un tratamiento de este tipo y que no había otra opción. Esta persona es hematólogo y yo le había enviado un informe. Me escribía con la cercanía de amigo pero con el respeto de profesional. Entonces mi muro berlinés y mi resistencia numantina se esfumaron como anillos de humo. Se encendió el interruptor de estado de ánimo positivo. Y en ese momento ya estaba preparado para todo. Se había empezado a generar un ser nuevo. ¿Cuándo empezamos a sacudir al MONO? 
Sólo quedan 37 horas...
Han pasado 37 años. Todavía tengo aquel Disco Espress y conservo con cariño aquel vinilo de YES. Después me regalaron el póster con aquella portada que a mi madre tanto horrorizaba. Conseguí el álbum con las partituras. Luego llegaron los cds en todas sus versiones. Sólo me falta el single de “Soon” en vinilo. Supongo que algún día lo encontraré en una feria del disco. Con el paso del tiempo, te vas enterando de que la letra de la suite “The gates of delirium” esta basada en “Guerra y paz”. Y el primer verso dice: “Detenerse y pelear es lo que valoramos”. En alguna parte he leído que la parte de “Soon” está basada en el Pentateuco.
YES todavía sigue activo y haciendo giras. Ya son muy mayores. De vez en cuando tocan “The Gates of Delirium” con “Soon” incluida. Con Steve Howe, que parece recién sacado de una residencia de ancianos, tocando ese Lap Steel con tanto eco. Alguna vez mis allegados la escucharán en el día de mi homenaje, cuando yo no esté. Pero parece que ese día ya no está tan cerca. Seguiré escuchando la canción con agrado y pensando en aquel chaval que salía del colegio y volvía a casa en tren soñando con música.