martes, 16 de abril de 2013

Cuatro Treinta y Tres / Four Thirty-three


A veces me veo en un avión y estoy preparándome para saltar con un paracaídas. El mío lleva publicidad de Fludarabina, Ciclofosfamida y Rituximab; los componentes del que está tejido. Veo caras conocidas, que antes sólo había visto en blogs. Y, caemos al vacío con la esperanza de que nuestra mochila se abra y se despliegue la campana. Tras esa incertidumbre llegó el momento de tirar de la anilla. Veo cómo otros se abren como setas tras la lluvia. El mío también. Otros no lo consiguen y sus cuerpos se hunden en la oscuridad. En ese movimiento pendular siento frío, me mareo, me quedo sin fuerzas y pierdo el conocimiento. Despierto cuando me clavo en la arena de un desierto. El paracaídas me ha salvado la vida. Ahora abro el sobre que se me entregó arriba. Una brújula rota y una hoja de papel, en la que está escrito: “Busca tu destino. Firmado LLC/LNH”(*)

Tengo que estar contento porque voy a vivir. Eso es lo que dicen todos los médicos que me ven estos días. Cuatro médicos a mi alrededor diciendo lo mismo no se pueden equivocar. El inspector médico de mi mutua de autónomos dice que me quite la depresión, que tengo que estar dando botes de alegría. Mi hematólogo me dice que todo va bien aunque vaya muy lento. Mi médico del centro de salud me dice que no me ponga metas, que no tenga prisa. El inspector médico de la Seguridad Social me ha prorrogado la baja y dice que cuando tenga la sangre en niveles normales me dará el alta y volveré a trabajar.

Todo es fantástico, ¡volveré a trabajar! A trabajar, ¿en qué? Mi medio de vida lleva dos años cerrado. Me he salido del mercado. Va a ser empezar de nuevo, ¿con qué proyecto que me ayude a recuperar la caja? Es lo que me ha dejado la leucemia. Horas y horas para pensar qué hacer hasta que las secuelas de la quimioterapia se hayan ido. Muchas preguntas para escasas respuestas. En mi interior me repito que la música está muy viva, aunque la industria nos hace creer que está muerta: otra más de la “indefensión aprendida” que aplica el poder cuando tú no tienes datos. En este caso el poder son las discográficas, que afirman que todo va muy mal y que no se venden discos. Esos oscuros telones para decirnos que tenemos que rebajar el caché de la producción, el precio de la hora de estudio; que los royalties se han acabado y que te olvides de la promoción. 

Mayte me dice que no me torture, que saldremos adelante. Que deje de pensar en esas cosas, que sólo piense en ponerme bien. ¿Ponerme bien?¿Para qué? En el fondo la leucemia está siendo un escudo protector ante la realidad que araña a la sociedad. Si me hubieran sedado cuando me empecé a poner mal en 2011 y hubiera despertado esta mañana no reconocería mi entorno: la tristeza de la gente, la involución de las prestaciones, la pobreza de mis vecinos en un mundo lleno de abundancia y la oscuridad de tiempos totalitarios. En el fondo, ni un contenedor de 40 pies lleno de Tranxilium podría borrar la desesperación que llevan muchos ciudadanos en la cara viajando hacia el estado del malestar.


He ido acumulando algunos discos que no he escuchado en profundidad. Soy incapaz de concentrarme con algo más de unos minutos. En todo este tiempo no he podido leer ningún libro completo, excepto el “A la puta calle” de Cristina Fallarás. Y lo he podido leer porque es como si la autora me hubiera escrito una carta, y me conociera de toda la vida. Me cuenta lo que me pasará cuando me den el alta y se acabe el dinero que me ingresa la Seguridad Social y la hucha se acabe. Y si bien, mi preocupación no es por una primera vivienda, es por el local que soporta mi forma de vida. Y como una carta de una amiga lejana, lo devoré en un día. Las cartas no se pueden decir si están bien o están mal. Se escriben desde el corazón o desde la rabia, y se leen de la misma manera.

Pensarás que me quejo de vicio, que un local comercial se puede sustituir por otro. Además con los que hay para alquilar..., pero es un estudio de grabación. Sólo la insonorización ya cuesta más que el local y no me la puedo llevar. Las máquinas que hay dentro costaron más que el local y la insonorización juntas ¿Dónde las meto? Vale, en otra lonja. Con un alquiler y enganche de alarma. Para qué me sirve este equipo amontonado en un guarda-muebles. Para qué me he estado esforzando durante todos estos años haciendo trabajos lo más brillantes que he podido, para acabar en una oficina de empleo aspirando a que te den cientos de cursos que sólo sirven para colocarte en una estantería con un número de expediente en la frente.

Tengo envidia cuando me dices que vas a trabajar esta noche detrás de la cámara. Cuando me dices que vas a dar tus clases en la universidad, o cuando me dices que bajas al estudio a ver qué música sale después del día de trabajo. Tengo envidia cuando me dices que estás nervioso porque vas a presentar tu disco en menos de quince días, o cuando leo que vas a hacer cientos de fotos en tu estudio, o cuando me dices que te cansas mucho limpiando el cole. Esto me hace borrar lo que he escrito antes y pensar que dentro de unos meses alguien tiene reservado algo para mí. Que tener demasiado tiempo para pensar saca los fantasmas, y que el mundo es mejor que lo que sale en la televisión.

Hoy el silencio rodea el post. No hay fotografías, y recurro al tema de John Cage, 4`33`` (Cuatro Treinta y Tres), para poner el punto justo a lo que que acabo de contarte. El silencio exterior produce una ebullición de ideas. Pensamientos positivos y pesadillas se han ido sucediendo durante estos meses dentro de mi cabeza, porque es imposible mantener una actitud constante a lo largo del tiempo. He tenido mis luces y sombras. Mis dudas e inseguridades ante mi curación. Y al cabo de un tiempo, como si fuera un Tarzán mental, saltaba al árbol de lo positivo diciéndome que esto va a salir bien. Y está saliendo bien. Las dudas son inherentes al ser humano, y el silencio es como el viento sur en un incendio. 

William Marx interpretando 4`33`` de John Cage

(*) Leucemia Linfocítica Crónica / Linfoma No-Hodgkin