sábado, 17 de noviembre de 2012

Nocturno de Princesa

La vida salta en cualquier esquina, que una de ellas sea la nuestra.
Dicen que el cuerpo y el cerebro están conectados. Que lo que pienses hace que tu cuerpo funcione como un Red Bull en manos de Sebastian Vettel o como un Porsche yendo en dirección contraria manejado por un kamikaze hi-tech. Pero si tienes una enfermedad necesitas activar el mecanismo de esclusa para que las inundaciones de malestar y de dolor no afecten al centro de control, como en el Canal de Panamá. Lo que me pasa en el cuerpo no debe alterar mi cerebro.

El cuerpo siente todo el rato, pero no podemos olvidarlo. Esas señales pueden ser de muchos colores y tonalidades. Las luces verdes que nos llenan de paz porque rebosamos energía por todos los lados. Las luces ámbar intermitentes que nos advierten de que algo hay que mejorar. Las luces rojas que señalan peligro, hay que detenerse y arreglar el problema.
Demasiadas luces rojas
"Aquí estoy ahora esperando a nadie esperando nada...", así comenzaba una canción de "Fiebre de Vivir" el primer disco hecho en España del argentino Moris. Un disco que puedo llamar clásico dentro del rock hecho en español. El tema se llama Nocturno de Princesa. Qué tienen los artistas argentinos que son los únicos que me llenan haciendo canciones en español. Desde hace muchos años, el pop de aquí es muy deficiente, tanto como la salud de aquella mujer a la que llevan en silla de ruedas.

Otra vez es miércoles y estoy en esa sala llena de gente deteriorada y llena de esperanza. Cuando venía por los jardines del hospital recordaba aquella canción, tal vez porque he llegado media hora antes. Porque ya la vida no tiene prisa. Aparcado en esta sala, esperando que suene tu nombre, escribo en mi mente lo que voy mirando. Hoy he recogido mi parte de baja en el centro de salud, veintimuchas semanas de tiempo suspendido. Una película de ciencia ficción con el protagonista en un mundo hibernado.
La vida se ve mejor con cristales de colores.
Acabo de ver a una persona conocida, con la que hace tiempo no tengo trato. No quiero saludar para no molestar su intimidad. Respeto el silencio. Me ha mirado y no ha hecho ningún ademán. Tal vez le he recordado a mí mismo pero con el pelo largo. Nadie espera ver a un conocido en un sitio como este, y menos interpelar a alguien que se parece a otro alguien por ese miedo a reconocer que no se está bien. Aceptamos que nuestro coche está averiado, pero no aceptamos con agrado la inconveniencia de la enfermedad.

En este tiempo, he aprendido que la enfermedad es una renovación. Y que no estamos enfermos eternamente, excepto el protagonista de la obra de teatro de Molière. Al final nos acabamos curando y los que no, se mueren. Y ese verbo reflexivo implica una acción, no un estado. Se mueren, pero no están muertos. Porque morirse no es una desgracia, no vivir, sí.

Pronto estaremos celebrando la fiebre de vivir con otros líquidos
que no estarán colgados en bolsas de plástico.


Moris. Nocturno de Princesa. 1978