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La vida salta en cualquier esquina, que una de ellas sea la nuestra. |
El cuerpo siente todo el rato, pero no podemos olvidarlo. Esas señales pueden ser de muchos colores y tonalidades. Las luces verdes que nos llenan de paz porque rebosamos energía por todos los lados. Las luces ámbar intermitentes que nos advierten de que algo hay que mejorar. Las luces rojas que señalan peligro, hay que detenerse y arreglar el problema.
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Demasiadas luces rojas |
Otra vez es miércoles y estoy en esa sala llena de gente deteriorada y llena de esperanza. Cuando venía por los jardines del hospital recordaba aquella canción, tal vez porque he llegado media hora antes. Porque ya la vida no tiene prisa. Aparcado en esta sala, esperando que suene tu nombre, escribo en mi mente lo que voy mirando. Hoy he recogido mi parte de baja en el centro de salud, veintimuchas semanas de tiempo suspendido. Una película de ciencia ficción con el protagonista en un mundo hibernado.
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La vida se ve mejor con cristales de colores. |
En este tiempo, he aprendido que la enfermedad es una renovación. Y que no estamos enfermos eternamente, excepto el protagonista de la obra de teatro de Molière. Al final nos acabamos curando y los que no, se mueren. Y ese verbo reflexivo implica una acción, no un estado. Se mueren, pero no están muertos. Porque morirse no es una desgracia, no vivir, sí.
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Pronto estaremos celebrando la fiebre de vivir con otros líquidos que no estarán colgados en bolsas de plástico. |
Moris. Nocturno de Princesa. 1978